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 Feliciano de Silva

Ciudad Rodrigo, ca. 1491 - 24 de junio de 1554

Novelista y poeta español, obtuvo notable fama en la primera mitad del siglo XVI debido al alcance que tuvieron sus libros de caballería, continuación de la saga del "Amadís de Gaula", llegando a traducirse a varios idiomas europeos. A pesar de contar con el reconocimiento de su época, su recuerdo quedó empañado por los comentarios que Miguel de Cervantes vertió en su Don Quijote, achacando a la lectura de tales libros el hecho de que el ingenioso hidalgo llegase a perder el juicio. La crítica posterior tomó partido unánime por el menosprecio del estilo ampuloso y recargado de Silva, sin pararse a determinar los motivos y significados de las citas cervantinas, y desde luego sin acercarse al conocimiento de dichas obras. No fue hasta el siglo pasado que los estudiosos recayeron en el trabajo de Silva, restituyendo a éste parte del mérito literario que le corresponde.


De Feliciano de Silva dicen las malas lenguas (en particular, su rival Diego Hurtado de Mendoza), que "lo mas que ha corrido es de Ciudad Rodrigo a Valladolid", pero lo cierto es que Feliciano pasó parte de su juventud en Sevilla, y estuvo dos años al servicio del emperador Carlos V, durante los cuales pudo haber participado en algunas batallas. De su padre, Tristán de Silva, cronista del emperador, heredó el amor por las letras, que combinó al igual que su progenitor con tareas administrativas, ocupando varios cargos entre los que destaca el de Regidor de su ciudad natal, título que le fue concedido de forma vitalicia en 1523. De lo que no cabe duda es del apego a su tierra, pues en ella nació, se casó, tuvo descendencia, escribió todas sus novelas, y murió en 1554.


Mucho se ha hablado y escrito de Silva a lo largo de la historia, pero quizás sin el rigor adecuado. Su más insigne valedor, su paisano Fernando Arrabal, le califica como "El mayor chivo expiatorio de la historia". El famoso pasaje "La razón de la sinrazón...", que se le atribuye en el primer capítulo del Quijote, ni siquiera es cierto, aunque no del todo infundado, pues requiebros semejantes se reproducen en varios parlamentos de su Celestina, asi como en el tercer libro del Florisel de Niquea. Sin embargo estas intrincadas composiciones no eran ni mucho menos invención de Silva, sino un vicio corriente de la época, a cuyos lectores divertían sobre manera tales trabalenguas. Tampoco se podría asilimilar esta práctica con el estilo de Silva, ya que éste no era el mismo en todas sus obras, ni en todos los pasajes, sino que utilizaba a su conveniencia diferentes recursos para construir su prosa, demostrando gran conocimiento y dominio del lenguaje. En el presente caso, ese enrevesado proceder le viene al pelo, tanto para envolver las aviesas intenciones de Celestina como para expresar las hondas pasiones de Felides, el enamorado, cuyos razonamientos no representan más que el viejo arte del engaño, y del hablar sin decir nada.


Pese al maltrato recibido por parte de sus detractores, Feliciano fue un hombre mundialmente conocido, pues sus libros fueron los primeros que llegaron a América, llegando a convertirse en las obras más leídas del Nuevo Mundo. Supo captar a la perfección los gustos y las preferencias de su tiempo, llevando la costumbre de la época de continuar obras de éxito hasta la invención de las grandes sagas, práctica que ha llegado hasta nuestros días. Nadie hasta el momento había conseguido dotar de suficiente calidad a una secuela, y sin embargo Silva supo dar a sus continuaciones entidad propia y sus obras se convirtieron a su vez en punto de partida de nuevas continuaciones que se extendieron por Europa. Hasta el mismo Miguel de Cervantes aprovechó en buena medida sus creaciones, mostrándose gran conocedor de sus novelas, y llevándolas a construír el imaginario central de la que es la obra más importante de la lengua castellana.


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